domingo, 16 de noviembre de 2008

Un minuto...

Tyler me mostró la línea que había trazado en la arena y la forma en que había calculado con ella la sombra proyectada por cada tronco. A veces te despiertas y tienes que preguntarte dónde estás. Lo que Tyler había creado era la sombra de una mano gigantesca. Sólo que ahora sus dedos eran tan largos como los de Nosferatu y el pulgar era demasiado corto, aunque me dijo que a las cuatro y media exactamente, la mano sería perfecta. La sombra gigantesca de la mano era perfecta durante un minuto y durante un minuto perfecto Tyler había estado sentado sobre la palma de esa perfección creada por él. Te despiertas y no estas en ningún sitio. Un minuto era suficiente, dijo Tyler; hay que trabajar duro para lograrlo, pero por su minuto de perfección valía la pena el esfuerzo. Lo máximo que podías esperar de la perfección era un instante. Te despiertas y basta. Se llamaba Tyler Durden y trabajaba de operador de cine para el sindicato; también era camarero de banquetes en un hotel céntrico, y me dio su número de teléfono. Así nos conocimos.

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